Mi desacuerdo con “Rompan Todo” no son las presencias ni las ausencias. Personalmente me gusta Julieta Venegas y no tengo nada contra Maná. Por más que sea un compendio de lo que a diario clamo no soportar (Café Tacuba, Molotov, Babasónicos, Fito Páez, Zoe, etc…) lo cierto es que en realidad no tengo nada para argumentar en contra de sus trayectorias. Por mí que todas y todos toquen lo que les haga felices a ellxs y a miles de personas en el continente. Y si de eso viven y viven bien pues qué mejor.
No creo, tampoco, que ninguno de los que aparecen “No hayan nunca roto nada” como se ha dicho también. En su momento hicieron lo que las circunstancias les exigieron hacer para lograr lo que legítimamente querían lograr. En muchos casos eso que tuvieron que hacer no fue poco y fue a contracorriente. Insisto, no soy nadie para cuestionar sus trayectorias, no se trata de validar solo a quienes por necesidad, valentía y ego fueron o se presentan como mártires o héroes.
El problema, creo, es el enfoque analítico apegado a un esquema de éxito más que a un concepto integral del termino sobre el que se hace historia. Desde mi punto de vista la pretensión de hacer algo tan universal como oficial – a partir de sus apabullantes posibilidades de mercado- obliga a ampliar la mirada y a ser respetuoso con el termino que se aborda, con lo que representa como concepto que da impulso creativo a comunidades y a fenómenos sociales de manera permanente y transversal, mas allá de la mirada del autor y la trayectoria del autor. De acotarse a una mirada biográfica bastaría con así reconocerlo y adecuar a ello todo el despliegue publicitario.
El documental entiende que el rock surge como un vehículo de rebeldía en el mundo anglosajón y como una herramienta de confrontación contra las dictaduras en América Latina. Pero da por terminada esa historia en cuanto los países entran a “Democracia” y en cuanto, por compartir los cánones del primer mundo, se crea una infraestructura para la masividad incluyendo las disqueras y los festivales. No da cuenta de las infraestructuras de abajo porque no entiende al rock cómo un vehículo de búsqueda y exploración continua en diferentes estratos, en tensión constante con la cultura dominante.
La linealidad narrativa de la serie parece indicar que la trayectoria única es aquella que va desde el surgimiento de las bandas, a veces en condiciones difíciles, hasta la consolidación comercial en los circuitos más expandidos y convencionales del mercado. Si bien habría que normalizar la idea de que muchas trayectorias transitan del rock al pop y ello es valido en función de las necesidades personales de los artistas, no solo en sonido y composición, si no en formulas de producción y capacidades e intenciones de distribución, lo que cuestiono es si eso se puede hacer sin enunciarlo y analizarlo explícitamente al tiempo que se pasan de largo las derivas y trayectorias e infraestructuras alternativas que en realidad son las que de manera permanente nutren la renovación del genero.
Foto: Creepy In Wonderland
Que se soslaye la escena surgida a partir del zapatismo no es una falta menor. Impide entender el objetivo declarado del documental porque esa escena tendió mas puentes transnacionales e identitarios que la escena del primer rock and roll que si se aborda. Quizás se debe a que la escena que se da a la luz del zapatismo plantea confrontaciones con los status quo ya en democracia al tiempo que ya se estaban echando a andar las infraestructuras para la emergencia comercial de Soda Estéreo, la única parte de la historia que se eligió contar.
Que no se haya ni siquiera mencionado al Multiforo Alicia como caja de resonancia de muchos del rock latinoamericano es quizás la exclusión más grave. Demuestra que desde la mirada de Santaolalla esas infraestructuras no valen o al menos no para narrar su importancia y promover su reproducción. No responden al paradigma de éxito que dejan ver las locaciones de las entrevistas, la narrativa de las disqueras, la masividad de los festivales.
La secuencia final de la serie es clara: La historia del rock es contada en función de nociones convencionales de éxito pero no en función de un fenómeno que renueva sus impulsos creativos permanentemente, de distintas formas y desde distintos lugares. Mucho menos considera los subgéneros y lo que representan como nuevos retos y búsqueda de respuestas a las condiciones actuales.
Termina entonces por validar esta absorción cíclica que los mecanismos del capital hacen de todo aquello que surge desde el abajo sin dar cuenta de las resistencias y tensiones permanentes entre los territorios socio económicos, políticos y culturales que interactúan para la construcción y reproducción del genero.
No dudo pues, que quienes si aparecen en el documental en su momento hayan tenido que romperlo todo, pero el hilo narrativo pareciera indicar que ya no es necesario seguir haciéndolo. Sin embargo cada fin de semana se suceden abajo, fuera de los reflectores y de los festivales, múltiples experiencias de renovación del rock que, más allá de trayectorias individuales, rompen y romperán para seguir rompiendo.