Más allá de que una de las principales motivaciones académicas para escribir este libro fue tratar de formular una justificación sobre la pertinencia de la temática que aquí incumbe, comenzaré reconociendo las dificultades de la implicación subjetiva que afloraron durante el proceso de la investigación. El material de este libro fue integrado y desintegrado, organizado, desorganizado y reorganizado en repetidas ocasiones, concebido y destruido durante varios años, en primera instancia porque hasta tiempos muy recientes el estudio de la escena musical metalera se ha reconocido como una temática digna de ser analizada desde el ámbito de la investigación académica, tanto en México, como en otros países de América Latina. No obstante, lo que mantuvo este libro en una prolongada pausa fue comprender desde la subjetividad las motivaciones que llevaron a muchos miembros de la generación a la que pertenezco a abandonar el país en plena juventud durante la década de los años noventa, quienes optaron por emprender una aventurada nueva vida en países de lo que solíamos llamar el “Primer Mundo”. De ahí, de manera casi inconsciente nació la idea de escribir Transhumancias musicales y globalización. El Metal no tiene fronteras, como un esfuerzo por dar la palabra a los sujetos que han servido como vasos comunicantes en los contextos globalizados, para poder comprender cómo un estilo musical conocido como metal, en sus diferentes variantes, se ha convertido en el emblema cultural de millones de jóvenes –y ya no tan jóvenes- en el planeta Tierra. Elaborado sobre una base bibliográfica y hemerográfica que ha tratado de definir la manera de referirse a estas agrupaciones o comunidades transnacionales, pero primordialmente a partir de un contenido testimonial y de observación de campo multisituada, este libro muestra una reflexión sobre los procesos de intercomunicación, en esto que se ha considerado por sus significados compartidos una comunidad global de sentido.
Sin ahondar detalladamente en las numerosas contribuciones sobre la migración internacional, que comenzaron a aparecer en la década de los años ochenta desde diferentes disciplinas sociales, muchas de las cuáles se enfocaban en lo que Lourdes Arizpe nombró El Éxodo Rural o bien, en aquéllos trabajos que se encargaron de analizar a profundidad las consecuencias de las maquilas transfronterizas, por mencionar aquellos temas predominantes en el panorama de las ciencias sociales y de las humanidades, es importante señalar, que son pocos los estudios que han puesto como punto de focalización a los jóvenes pertenecientes a los diferentes sectores urbanos que migraron durante las últimas décadas del siglo XX. En particular, son escasos los trabajos que han centrado su atención en aquéllos grupos de jóvenes que además de la supervivencia y de la esperanza de encontrar la oportunidad de tener una vida “mejor” -motivación compartida con la mayoría de los migrantes- también tuvieron razones de búsqueda específicas en su proceso migratorio, como son la conquista de los escenarios y de las audiencias que influyen de manera global en determinados contextos musicales, es decir, el acceso a una modalidad peculiar del llamado American Dream.
Para poder comprender de una mejor manera las motivaciones de estos músicos migrantes, se explica por qué la música que recibe el apelativo de metal en sus diversas vertientes, ha sido una razón capaz de cambiar el plan de vida de muchos sujetos, que decidieron emprender un viaje sin retorno en busca de la “gran oportunidad”. Se plantea que el metal como muchos otros estilos musicales, se ha globalizado con el tiempo, conformando así una comunidad transnacional, que ha ido asumiendo tintes locales a lo largo y ancho del Orbe. Decidí dedicar un capítulo de este libro para posicionar ontológicamente a la figura del migrante, a partir de sus motivaciones, estrategias y preocupaciones, como sujeto inserto dentro de una red social. Se pretende aclarar bajo ciertos argumentos, que además de la búsqueda de mejores condiciones de vida, los músicos migrantes metaleros en particular, se mueven a partir de determinados imaginarios sociales, entre los que se encuentra principalmente, su inserción a una comunidad de sentido compartida a nivel global, pero irradiada desde los países anglosajones, nórdicos y germánicos, principalmente. Otro capítulo, da cuenta de cómo la grande y populosa ciudad de Chicago ha estado predominantemente conformada desde sus orígenes por diversos enclaves étnicos, convirtiéndose en el hogar de millones de mexicanos desde la segunda mitad del siglo XX.
La parte más emocional de este libro está dedicada a Julio Viterbo, músico de bandas mexicanas de metal extremo como Shub Niggurath, Cenotaph y The Chasm, entre otras, desarrollando su historia de vida al recuperar pasajes de su infancia, su carrera musical en México, el momento en que decidió emigrar hacia la ciudad de Chicago durante la década de los años noventa, considerando sus razones para cambiar de residencia, su trayectoria en la escena del metal norteamericana, su incansable batalla contra una enfermedad renal, así como su legado personal a la comunidad global de sentido a la que se encuentra adscrito.
Transhumancias musicales y globalización. El metal no tiene fronteras, es la primera parte de una saga que defiende la pertinencia temática de los músicos metaleros como sujetos y agentes migrantes en un mundo globalizado a partir de los relatos en primera persona, de su interlocución con la autora y de la observación participante, mediando entre la implicación de la antropología comprometida y las herramientas propias de la sociología reflexiva +